miércoles, 29 de octubre de 2014

NO MÁS FANTASMAS

Hola a todos. 
Como ya sabéis, participo en el reto que han organizado nuestros amigos del blog "Acompáñame" para celebrar Halloween. 
El relato con el que participo me pareció que era demasiado largo, de modo que lo he dividido en dos partes. 
La primera parte, forma parte del reto y la podéis leer en mi blog "Un blog de época". 
La segunda parte, podéis leerla a continuación. 
Está dividida en dos partes. 
Se titula No más fantasmas. De esta manera, pongo punto y final a una historia que de la que escribí media hoja hace once años y que abandoné. De no ser por el reto de Halloween del blog "Acompáñame". De no ser por los sabios consejos que he recibido. Posiblemente, esta historia habría seguido siendo media hoja escrita en Word y olvidada en una carpeta de mi ordenador. 
La primera parte la podéis leer hoy. La segunda parte la podéis leer mañana de seguro. 
Espero que os guste. 


NO MÁS FANTASMAS

                      El año 1622 había empezado. 
                      Después de la Epifanía de los Reyes Magos, Isabel Duarte acudió al Monasterio de Santa Clara, situado en la villa de Tordesillas, para ver a su mejor amiga, la hermana María Inocencia. Isabel se sentía rara cada vez que entraba en el locutorio. Unas celdillas la separaban de la que para ella era como una hermana. 
                       También se le hacía raro ver a su amiga vistiendo el hábito de monja. La hermana María Inocencia no había renunciado a su nombre laico. 
                       Pero Isabel la recordaba como una joven de carácter más bien alocado. No soportaba llevar puesta la gola. Odiaba tener que llevar el cabello recogido en un moño. Soñaba con vivir numerosas aventuras. Con viajar a países lejanos y exóticos. 
                         Y, sin embargo, había terminado profesando como monja clarisa. 
-¡Qué alegría me da verte, Isabel!-exclamó la hermana María Inocencia cuando entró en el locutorio-No te esperaba. 
-He venido a darte una noticia-atacó la aludida-Voy a casarme. 
-¿Cómo dices?
                         Isabel le contó a la hermana María Inocencia cómo había conocido a Esteban en el pasado Torneo del Toro de la Vega. Cómo se habían enamorado. Y cómo habían empezado un apasionado romance. 
                             La hermana María Inocencia escuchaba con estupor cómo Isabel le relataba cómo había yacido desnuda entre los brazos de Esteban recibiendo sus besos apasionados. 
-¡Eso no es nada propio de ti!-se escandalizó la hermana María Inocencia-¿Cómo has podido perder tu honra con ese joven? ¿Sabes lo que se dice? Una mancha en la honra con sangre se lava. 
-Ni mi padre ni mis hermanos saben nada-contestó Isabel con tranquilidad.
-¿Y por qué os vais a casar?
-Esteban vino ayer a mi casa y le pidió mi mano a mi padre en matrimonio. Esteban dice que no podemos estar separados y que no le basta con que nos veamos de manera furtiva a la orilla del río. Quiere que nos casemos. 
                               A través de las celdillas, la hermana María Inocencia vio cómo la cara de Isabel estaba radiante de dicha. Cómo su sonrisa parecía iluminar el locutorio. Cómo sus ojos brillaban. Deseó poder salir de aquel lugar. 
                              Abrazarla. 
                              A simple vista, Isabel no había cambiado. Llevaba puesto un sobrio vestido de color gris, que hacía juego con el color de sus ojos. Llevaba su cabello negro recogido en un elaborado moño. 
                              Pero Isabel había cambiado. El amor había llegado con fuerza a su vida. Y el hombre del que se había enamorado la correspondía. Ello despertó en la hermana María Inocencia recuerdos muy dolorosos. 
-Una vez, estuve enamorada-le confesó a Isabel. 
-He oído algunos rumores-admitió su amiga. 
-Yo sí creo que existe un toro salido del Infierno que vaga por la vega. Mató al hombre que amaba. Mi vocación religiosa es sincera. Pero...Él me hacía dudar por lo que sentía yo por él. Nunca se lo dije. Ha sido mi mayor secreto. Aunque...
-La gente habla. 
-Tú serás feliz al lado de ese joven llamado Esteban. Te aseguro que soy feliz viviendo en el Monasterio. Aunque...Bueno...Ya no importa. Dios es misericordioso. Cuidará de ti. 
                             Los ojos de la hermana María Inocencia se llenaron de lágrimas. 
                             Le dolía mucho tener que despedirse de Isabel. Esteban no pensaba quedarse en Tordesillas. Tampoco pensaba regresar a Simancas. Él quería seguir viajando. Y la idea de viajar junto a su amado llenaba de alegría a Isabel. Él la llevaría a recorrer toda España. 
                            Pero no podían pasarse la vida entera viajando. 
                            Antes o después, debían de encontrar un lugar donde vivir. Tener su propio hogar. Fundar una familia. 
                            Y estaba también lo que se decía de aquel extraño toro. Podía ser una invención de la gente. Pero también podía ser real. La hermana María Inocencia no se lo contó a nadie. Pero creía oírlo mugir en la noche. Cuando yacía acostada en el camastro de su celda. 
                            Sentía miedo. Y sabía que Isabel también sentía miedo. 
                            Pero no quisieron hablar de ello. 
-Cuídate mucho, Chencha-le pidió Isabel. 
-Rezaré mucho por ti, amiga-le aseguró la hermana María Inocencia. 
-El toro...
-Si ese animal ha sido puesto en la vega por obra de Satanás, Dios acabará con él. No te preocupes. Y reza mucho, Isabel. 
-Así lo haré. 
-Vas a ser muy feliz. Eso es lo más importante. 
                            Pasaron algunos meses. 
                            La hermana María Inocencia era consciente de que nunca más volvería a ver a Isabel. 
                            Le llegó una carta suya después de Semana Santa. 
                            Isabel le aseguró en la carta que estaba muy bien. Y que se sentía la mujer más feliz del mundo. 
                             Pero no sabía cómo hablar con su mejor amiga de la intimidad que compartía con Esteban. Se había casado con él. 
                            


                            No sabía cómo expresar en sus cartas lo dichosa que era cuando se unía en el lecho a Esteban y él la besaba con ardor. Cómo ella le devolvía con el mismo ardor todos los besos que él le daba.
                            Cómo sentía las manos de él acariciando su cabello suelto. Lo feliz que era al abrazarle. O cuando Esteban llenaba de besos cada centímetro de su piel.
                             La hermana María Inocencia deseaba saber dónde estaba viviendo Isabel con su marido. Entonces, podría escribirle una carta.
                             Podría contarle que el toro fantasmal había vuelto a atacar. Que se había cobrado la vida de otro hombre.
                             La gente tenía miedo en la villa. Decían que la mujer que había sido arrestada acusada de brujería no era quien había traído a aquel toro sacado del Infierno.
                             La hermana María Inocencia intentaba ser valiente.
                            Pero su compañera de celda rezaba mucho. Estaba convencida de que aquel extraño toro iría al convento. No se conformaría con matar a los vecinos de la villa.
-Vendrá a por nosotras-le aseguró con voz temblorosa una noche en que se puso de rodillas sobre su reclinatorio para rezar-Es el propio Diablo quien guía sus pasos.
-Entonces, se nos dirá lo que debemos de hacer-dijo la hermana María Inocencia.
-Ya hemos empezado con el ayuno.
-Se nos impondrá otra penitencia aún mayor.
                             En septiembre, se celebró de nuevo el Torneo del Toro de la Vega. Pero había mucho miedo entre los lanceros.
                             La sobrina del ama de llaves del Corregidor fue corneada una noche cuando regresaba del cementerio de colocar flores en la tumba de su amante. La joven estuvo agonizando durante tres días. El toro le había perforado un pulmón, según dictaminó el médico que la atendió. La joven murió al cuarto día. En su delirio, hablaba un toro que era guiado por el mismísimo Satanás.
                         Al día siguiente de aquel trágico suceso, la hermana María Inocencia recibió una carta. Era de Isabel.
                          Una alegría en medio de tanta desgracia, pensó. 

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