jueves, 30 de octubre de 2014

NO MÁS FANTASMAS

Hola a todos.
Lo prometido es deuda.
Aquí tenéis el desenlace.
¡Espero que os guste!

MONTAÑA CLARA, EN EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS CHINIJO, EN CANARIAS, 1622

                         Mi querida Chencha:

                      Hace unos meses, Esteban y yo decidimos abandonar Tordesillas. 
                     Hemos venido a parar a este lugar. A esta apartada isla...Tan lejos de Tordesillas...Tan lejos de todo...
                     Me cuesta trabajo creer que estemos viviendo en este lugar. Pero es cierto. 
                    Puedes creerme, Chencha. 
                    No me arrepiento. Estoy muy contenta. Hemos dejado lejos los rumores. Las historias de brujas...De toros salidos del Infierno...
                   Eso no es cierto. 
                  Pero nadie me cree. 
                  En la villa, me miraban de un modo raro. Yo creo que los vecinos han llegado a creer que soy una bruja. Por ese motivo, Esteban y yo nos hemos ido de Tordesillas. 

                           Isabel y Esteban abandonaron Tordesillas después de casarse. Estuvieron viajando por toda España durante meses. Decidieron ir a visitar el archipiélago de Canarias. 
                           Por casualidad, fueron a parar a una isla pequeña y tranquila. Vivía poca gente en ella. Y la gente era muy hospitalaria. 
                           La llamaban Montaña Clara. Esteban decidió arrendar una casa allí. 
                           Se propuso que sacaría adelante como pudiera a Isabel. Y en ello estaba. A su amada esposa no le faltaba de nada. 
                           Isabel se enamoró de Montaña Clara nada más verla. Era un lugar muy diferente de Tordesillas. Los vecinos no hablaban de brujas. No sabían nada acerca de toros infernales. 
                           Le escribió una carta a la hermana María Inocencia. En la carta, ponía sus señas. Y le aseguraba que era muy feliz. 
                            Isabel salió a dar un paseo. Sus pasos la llevaron hasta el manantial que hay en la isla y al que las mujeres acuden a lavar la ropa. O a coger agua con sus cántaros. Le gustaba escuchar el sonido del agua que caía de entre las rocas. 
                           


                   Esteban se acercó a Isabel y ella le cogió las manos. Tenía las manos heladas e Isabel se las besó con devoción. 
-Soy muy feliz-afirmó ella-Vivo en una especie de Paraíso en La Tierra. 
                          Eso era lo que Esteban más deseaba oír. La confirmación de labios de Isabel de que él la hacía feliz. 
                           Esteban rodeó con su brazo la cintura de Isabel y la acercó a su cuerpo. La joven rodeó con sus brazos el cuello de su marido. 
                              Le besó con suavidad en los labios. 
                              Permanecieron un rato abrazados. Isabel hundió su cara en el pecho de Esteban. Y el joven la besó con ternura en los labios cuando ella, al cabo de un rato, alzó la mirada. 
                               La besó en la mejilla. 
-Será mejor que volvamos a casa-le sugirió-Ya ha anochecido. Hace frío. Volvamos a casa, Isabel. 
                              Los dos regresaron a casa sin disimular su prisa. Lo que más deseaban en aquellos momentos era buscar el refugio de su habitación. Toda la servidumbre que tenía (una criada, una cocinera y una doncella) se había retirado a sus habitaciones. 
                            Ya estaban dormidas. Y ellos estaban solos. Deseaban tener un hijo. Entonces, serían muy dichosos. 
                          Subieron sin hacer el menor ruido a su habitación. Isabel disimuló una risita. Todavía eran unos recién casados. 
-No hagas ruido-le siseó a Esteban. 
-¡Ay, Isa!-suspiró él.                              
                         Isabel y Esteban entraron en su habitación. 
                         Isabel se desnudó ella misma. No quiso pedir ayuda a su doncella. 
                         Pensó en lo disparatada que podía llegar a ser la vida. No hacía ni un año que estaba viviendo en Tordesillas. 
                         Era una joven soltera que había descubierto lo que era el amor y la pasión. Y, ahora, se encontraba viviendo en una isla lejos de Tordesillas. Una mujer casada...Y enamorada...
                         Que yacía acostada en la cama. Desnuda...Y a punto de entregarse a su marido. 
                         Cuando Esteban terminó de desnudarse del todo, se acostó en la cama al lado de Isabel. 
                         Podía pasarse toda la noche demostrándole de manera física lo mucho que la amaba. 
                         Sentía que era parte de ella cuando estaba encima suyo. Amaba a Isabel desde la primera vez que la vio. Cuando se asomó a la ventana de su casa para ver cómo pasaba el toro que había sido soltado para lancearlo el día del torneo. 
                        Entonces, supo que Isabel era la mujer que siempre había estado esperando. Una mujer que deseaba viajar, al igual que él. Pero que también deseaba fundar su propio hogar. Una mujer diferente al resto de mujeres que había conocido. Isabel tenía algo que la hacía especial. Lo advirtió cuando vio que apartaba su mirada en el momento en el que toro empezaba a ser lanceado. Y porque no terminaba de creerse aquel rumor. 
                       Lo de que las personas que habían sido heridas por asta de toro habían sido atacadas por una especie de toro salido del Averno. 
                         Se olvidaron de todo. Mientras se besaban. Mientras se devolvían el uno al otro beso por beso, pensaron que habían nacido para estar juntos. 
                          Se besaron de manera íntima mientras intentaban darse placer el uno al otro. Se conocían demasiado bien. 
                          Isabel sentía el cuerpo de Esteban encima de ella. Abrazándola. Notaba cómo una de sus manos acariciaba su cabello. Cómo la otra mano recorría su cuerpo. Podía sentir los labios de Esteban besando su garganta. Cómo la besaba en los hombros. 
                        Cómo besaba uno de sus pechos. Cómo recorría con sus labios el vientre de ella. Se susurraron palabras llenas de amor. 
                        De noche, cuando aparecían las estrellas, la cama era el lugar donde ambos se refugiaban. Donde las manos del uno recorrían el cuerpo del otro. Dónde los labios del uno recorrían con adoración cada centímetro de la piel del otro. Lamiendo. 
                          Y, aquella noche, como otras muchas noches, se fusionaron convirtiéndose en un sólo ser. 
                          Al acabar, Isabel besó con arrobo los labios de Esteban. Todavía no podía creerse nada de cómo había evolucionado su vida. 
-¿Nunca has pensado en regresar algún día a Simancas?-le preguntó-¿O de que volvamos algún día a Tordesillas? Cuando ya no se hable nunca más del dichoso toro. 
                       Esteban le dio un beso en la punta de la nariz. 
-Puede que sea verdad lo que se cuenta-respondió el joven-Puede que existan demonios en forma de toro dispuestos a hacer el Mal. Eso no se sabe. 
-Yo creo que hay alguien de carne y hueso haciendo daño a los demás-opinó Isabel-Y se aprovecha de la superstición de la gente. 
                         Isabel fue la primera que se quedó dormida. 
-Descansa-le dijo a su marido. 
                         Isabel era una joven racional, pero, al mismo tiempo, era apasionada. Una curiosa mezcla que volvía loco a Esteban. Que le hacía querer saber más acerca de ella. 
                         Cuando su cuerpo invadía el cuerpo de ella, sentía que había nacido para estar dentro de ella. Que sólo vivía para sentir cómo las uñas de Isabel se clavaban en su espalda cuando se amaban. Antes de quedarse dormida, Isabel cogió las manos de Esteban y se las besó. Le miró a los ojos unos segundos con adoración antes de cerrarlos para quedarse dormida.  
                          Esteban rodeó con sus brazos la cintura de Isabel. Y ella apoyó la cabeza sobre su hombro. 
-Duerme, amor mío-le susurró-Y nunca tengas miedo. 

                           Mi querida Isabel:

                          Rezo mucho por ti. Rezo para que Dios os proteja a Esteban y a ti. He recibido con gran alegría tu carta. 
                         El saber que eres feliz me llena de dicha. Las cosas no han cambiado por Tordesillas. 
                         Han arrestado a dos mujeres acusadas de brujería. Dicen que ellas son las que han invocado al toro infernal para hacer daño. Mucho me temo que serán condenadas. 
                          Intento ser racional, mi querida Isabel. Pero el miedo me vence. 
                          Por suerte, tienes a tu lado a un hombre bueno y cariñoso que te ama de verdad. Rezad los dos mucho y de corazón para que esa felicidad sea eterna. Y apoyaos en Dios siempre. 
                           Hemos hecho voto de silencio en el convento. No podemos hablar entre nosotras durante un mes. ¡Quiera Dios que sea para bien! Le pido que nos proteja. Le pido a la Virgen de la Peña que interceda ante Dios por nosotros. Verdad o mentira, ese toro infernal me aterra. Y no sé cuál es la verdad. Me temo que nunca sabremos la verdad, mi querida Isabel. 

                           Avancemos un poco. 
                          Nunca se ha sabido la verdad. 
                          Nunca se ha sabido si de verdad existió un toro infernal. 
                          O si, en realidad, era un hombre o una mujer de carne y hueso. Alguien que disfrutaba haciendo daño a la gente. Y que se aprovechó de un tiempo de superstición para poder salir impune de sus delitos. Pero la leyenda del toro infernal sigue circulando a día de hoy. Incluso, hay quien afirma que oye mugir a un toro cerca de la vega cuando el ganado ya se ha recogido. Unos turistas ingleses dicen que vieron de noche correr a un extraño toro. 
                          Tenía los ojos de color rojo sangre. 
                         En cuanto a Esteban e Isabel, sólo se puede decir que fueron muy felices. De su matrimonio nacieron dos hijas que, a su debido tiempo, se casaron y tuvieron hijos. 

FIN
                   

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